sábado, 13 de agosto de 2011

Murciélagos en mi vecindario

Al salir no pudimos ver ni distinguir ese aleteo extraño, probablemente por que llevábamos el ritmo del pedaleo cansado en las piernas, fue   hasta que volvimos en camioneta al paisaje de nuestro vecindario, (y acompañados de miradas curiosas)  fue entonces cuando inadvertidamente descubrimos un grupo de murciélagos que revoleteaban en el árbol de "guayaba fresa" de la vecina.
La bulla en  tremendo festín, eso sin contar su peculiar aleteo, rápido  pero pausado, rítmico, como circular, haciendo una postal nocturna de este viernes absorbente, por supuesto,  digna de ser compartida. Llamamos en el poder de la palabra a la creación imaginaria de la danza nocturna de mamíferos diminutos. 

Subí la bicicleta para invitar a Osito a la fiesta de estos pequeñitos animales. Maravillados por nuestro show citadino permanecimos sentados  en la banqueta frente a ellos, sintiendo la brisa de su vuelo, su ir y venir solitario pero en grupo, su vapor atareado de nuevo individual pero colectivo. 
Que extraña mezcla de compañía y soledad.
Permanecimos expectantes  en la nube que formaban. Mientras le contaba a Oso sobre el miedo que provocan los murciélagos y hablábamos colmados y calmados sobre las cosas que nos dan miedo, pánico o hasta terror por desconocidas y sigilosas. Llegamos sin mucha prisa a abordar el horror que se siente cuando  repetidas las fantasías se disfrazan de verdades tenebrosas...
Entendimos: nada repara la pesadilla de actuar anticipando la respuesta, la pesadilla de actuar bajo el miedo lúgubre de convertir una idea solitaria en una realidad.
 Y entonces el vuelo solitario de temores y absurdos se comparte aturdidor en un grupo de dos, de tres, de cuatro...y lo absurdo se convierte en heridas consumidas ¿o consumadas? Como un vuelo rápido pero pausado, como un aleteo...







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